En todas las especies los cachorros que utilizan el juego lo hacen para practicar destrezas que les ayudarán a vivir mejor en su edad adulta. Es decir, juegan para aprender a vivir. Curiosamente los humanos no lo hacemos así en el deporte base.

En el fútbol base, por ejemplo, se desvirtúa el aprendizaje. Los adultos intervienen imponiendo a los niños un enfoque competitivo que no sólo no resulta educativo, ni forma para una vida óptima; sino que además resulta dañino para la propia persona y para la sociedad en su conjunto.

En el deporte base los adultos intervienen imponiendo un enfoque competitivo.

En la mayoría de los casos se orienta a los niños hacia la victoria y el ascenso, como sea. Para ello se les dice qué tienen que hacer, qué no, quién juega, cómo y cuándo. Se clasifica a los jugadores en función de su destreza, desequilibrando el juego en igualdad de condiciones; y, dentro de los equipos, se establecen jerarquías (titular-no titular, estrella-no estrella).

En el fútbol el objetivo del juego, de acuerdo con sus reglas, es ganar. Sin embargo, el objetivo de clubes, padres y sociedad en su conjunto, el de las personas, debe ser aprovechar el juego para potenciar todas las capacidades de los niños, de manera que sean capaces de crear una vida y un futuro mejor para todos en su edad adulta.

El deporte base debería servir para que los niños desarrollen todas sus capacidades y aprendan a crear un futuro mejor para todos en su edad adulta.

Las bases del desarrollo humano han sido y seguirán siendo el ingenio y, sobre todo, la cooperación. El primero no puede crecer encorsetado y con restricciones, y la segunda se pega de bofetadas si el objetivo no es el beneficio colectivo, no ya del equipo de turno, sino de toda la sociedad.

Es decir, los niños no deberían jugar para “ganar, ganar y ganar”, sino para disfrutar, equivocarse sin temor, perseverar, crear, compartir y cooperar. Deberían jugar en igualdad de condiciones; respetando y queriendo al oponente, que es igual que tú y hace posible el juego; y compartiendo y empatizando con los compañeros, jueguen mejor o peor, porque lo que importa es aprender que las personas tenemos habilidades distintas y que se llega más lejos si las ponemos en común y desarrollamos buenas relaciones.

Los niños no deberían jugar para “ganar, ganar y ganar”, sino para disfrutar, equivocarse sin temor, perseverar, crear, compartir y cooperar.

Los adultos estamos equivocados. Enseñamos como nos enseñaron a hacerlo pero está claro que en el sistema hay un defecto que debemos modificar. En el deporte base la competición o el individualismo no deberían estar por encima del aprendizaje para la vida, enfocado al desarrollo social.

Enseñamos como nos enseñaron a hacerlo, pero en el sistema hay un defecto que debemos modificar.

Este fútbol evolutivo ya es una realidad en BYBD. Nosotros entrenamos con una nueva metodología de trabajo capaz de aprovechar la pasión y las potencialidades de los niños, para llevar a la sociedad mucho más allá de la mera competición. Nuestro sueño es extenderlo.