Dando por descontados el amor y el tiempo juntos, la educación es el tercer gran regalo que dar a los hijos. Para acertar en algo tan importante, no hay nada como valorar nuestras actuaciones presentes en función de la repercusión que tendrán a largo plazo en la vida de nuestros niños.

La Navidad es una oportunidad para abundar en estos tres regalos y para trabajar especialmente el último de ellos. Es un momento perfecto para impulsar la mesura, el esfuerzo y el agradecimiento en los niños. Ellos tienen que saber que no porque tengamos oportunidad de pedir, vamos a quererlo todo; y no porque vayamos a recibir, vamos a restarle importancia al esfuerzo. No lo hará el propio niño, pero esfuerzo siempre hay por eso también debe haber agradecimiento.

Vivimos en una sociedad de consumo en la que hasta los más pequeños se obsesionan con poseer cosas, cada vez más caras. Además la inmediatez y la comodidad tienen premio. Los niños no sólo aprenden a querer cosas, sino que además las quieren “ya” y a ser posible “sin esfuerzo”. Si las consiguen sin mérito, no las valoran; y si no, se sienten decepcionados por no ver cumplidos sus deseos y porque “¿qué dirán a sus amigos cuando les pregunten?”.

Para evitar tales “sufrimientos” hay quienes pierden tardes enteras en colas interminables, gastan lo que no tienen y hasta se sienten fracasados si no logran satisfacer los deseos del pequeño. Lamentablemente esto sucede así a pesar de que todos sabemos que lo más importante que un niño puede recibir no es un regalo, ni ciento; tampoco algo caro, ni aquello que el niño pide o incluso “exige”.

Parece ser que para sentirse bien, consigo mismos y con los demás, los niños ahora “necesitan” móviles de última generación, la última Play con unos cuantos videojuegos de casi 70 euros, bicis de fibra de carbono, drones con cámara, ordenadores con equipos de grabación y programas de montaje de videos para sus redes sociales…

Llegado el gran día abren sus regalos y se contrarían con cada falta que comprueban. Pues bien, esta reacción hay que prevenirla y trabajarla aunque cueste. Desde el principio hemos de ser conscientes de que vamos a luchar contracorriente y que es posible que los niños no nos entiendan; sin embargo, merece la pena perseverar en la educación de su carácter porque con el tiempo no sólo nos entenderán sino que también apreciarán cada esfuerzo que hicimos para EDUCARLOS.

Regala cosas que verdaderamente perduren, que queden en el otro y le ayuden de por vida.

La Navidad es un buen momento para hacer pensar a los hijos de otra manera. ¿Cómo? Ayudándoles a entender que no es más feliz quien más tiene y reforzando su carácter para que aprendan a valorarse con independencia de las posesiones o de los juicios de terceros.

Ya, pero ¿cómo? Pues hablando mucho con ellos, poniéndoles ejemplos y haciéndoles razonar. Por ejemplo: si te fijas en lo que tienes podrás disfrutarlo ¿Qué tienes? Si deseas lo que no tienes podrás esforzarte para alcanzarlo ¿Qué te ilusiona? Si aprendes a quererte por lo que eres no necesitarás adornos ¿Qué te gusta de ti? Si los demás te aprecian por lo que tienes quizás deberían cambiar ellos ¿Por qué te quieren tus amigos? ¿Por qué los quieres tú? Si confías en tu imaginación verás que no hay juguete más potente ¿Qué juegos puedes imaginar?…

Regala compañía, cariño, charlas, pensamientos; sobre todo, regala EDUCACIÓN.