El niño que busca culpables hace varias cosas, ninguna positiva para su desarrollo: se quita responsabilidad, se acostumbra a buscar excusas y a deformar la realidad, se niega la posibilidad de progresar y no aprende a gestionar su frustración.

En la vida, básicamente, pueden pasarnos dos tipos de cosas: las que dependen de nosotros y las que se escapan a nuestro control. Las primeras hay que aprender a encararlas con responsabilidad y sin echar balones fuera. Para las segundas, no queda más remedio que fortalecer el carácter para aguantar y superar lo negativo que tenga que venir.

La cuestión es, ¿qué puede hacer un padre o un educador ante un niño que busca culpables? Mucho. Muchísimo.

  • Enseñar al niño a marcarse objetivos porque potencian su capacidad de trabajo, señalan el camino y marcan la exigencia a imponerse. Por ejemplo, en el colegio es posible suspender, aprobar, sacar buenas notas… Hay que hacerle pensar en ello, en los porqués y en las ventajas e inconvenientes de cada cosa; y animarle a elegir desde el principio lo que quiere.

Una vez que el niño elige, debe ser consecuente. Hay que asegurarse de que no olvida su objetivo con el tiempo, mantiene su ilusión, tiene la certeza de que puede, se esfuerza y persevera. En todo esto los padres y educadores desempeñan un papel fundamental.

Eso sí, un niño no es mejor ni peor si decide que no le interesan las matrículas de honor. Los objetivos son personales y deben elegirse libremente porque de lo contrario no funcionan.

Sucede igual en el fútbol: si quieres jugar con los amigos basta con que os juntéis el fin de semana, pero si quieres ser profesional tienes que entrenar a diario. Es más, hay quienes se fijan objetivos más elevados y eligen practicar por su cuenta después de los entrenamientos. Estas cosas, a la larga, marcan la diferencia.

En BYBD el niño aprende que los objetivos son brújulas que dan sentido a la vida.

  • Contagiarle confianza e ilusión por alcanzar sus metas. Ambas cosas son un motor poderosísimo y se alimentan entre sí. La ilusión enciende la mecha y se potencia con confianza. Frases a partir de: “Te imaginas cuando logres…” o “Yo sé que puedes…” deberían formar parte de las conversaciones habituales con el hijo; la primera le permite visualizarse alcanzando sus metas (alimenta sus sueños) y la segunda contribuye a que se crezca, se esfuerce y persevere.

En BYBD creemos en las personas, en la capacidad de mejora que todos tienen y que pueden desarrollar si se lo proponen.

  • Educar al niño en la certeza de que “trabajo + constancia = resultados”. Es más, hay que educarlo en la seguridad de que tener ilusión, objetivos, esforzarse y perseverar son valores que dan sentido a la vida y nos permiten ser felices incluso antes o con independencia de alcanzar cualquier recompensa. Para potenciar el valor del trabajo no hay nada como educar al niño en la sobriedad y enseñarle cuanto antes que los premios, las recompensas o el esparcimiento tienen que ser merecidos.

En BYBD sabemos que los logros cuestan; y cuanto más cuestan, más satisfacciones nos dan.

  • Hacer al niño progresivamente responsable y autoexigente. Cuesta pero de lo contrario será dependiente. Al final, hay dos formas de vivir: puedes elegir tú o puedes dejar que otros elijan por ti. Las dos tienen sus ventajas y sus inconvenientes y en los dos casos tenemos que ser consecuentes con lo que elegimos. Luego “no vale” culpar a los demás. Esto los niños tienen que saberlo, pensarlo, valorarlo y practicarlo con la ayuda de sus padres.

A medida que el niño crece y puede ir asumiendo tareas, hay que trasladárselas. Enseñarle primero, pero después trasladarle responsabilidades a su medida para que aprenda a ser útil y autoexigente. ¿Empezamos por arreglar su cuarto, poner la mesa, recoger la ropa, organizar su armario/cajones…?

En BYBD el niño aprende que la responsabilidad se elige y te hace libre.

  • Enseñar al niño que frente a las adversidades que escapan a nuestro control no queda otra que desarrollar capacidad de aguante. Las desgracias hay que aceptarlas, afrontarlas y acostumbrarse a ellas, porque forman parte de la vida. De lo contrario perdemos el control, aparece la frustración y nos hundimos.

Es importante meditar con el niño y servirle de ejemplo para enseñarle a relativizar aquello que no depende de él. Hay que enseñarle a medir, a no elevar las dificultades a la categoría de problemas; y hay que insistir hasta enseñarle a ver las adversidades con naturalidad.

Debe saber y aceptar que en la vida no todo es fácil y que también hay desgracias inevitables. Para esto último a lo mejor puedes ayudarte con un hámster. Duran dos años aproximadamente, no necesitan grandes cuidados, ni ocupan espacio y no hay que llevárselos de vacaciones. Cuando muere el primero que tienes –con niños pequeños en casa– la tragedia es descomunal, pero te da pie a hablar con tus hijos del ciclo de la vida, del orden natural, del privilegio de disfrutar y cuidar a los demás cuando los tienes… A medida que vas teniendo más hámsteres, el niño aprende, experimenta y el dolor por la pérdida de cada uno se suaviza. Además, él puede responsabilizarse de su cuidado y antes de tenerlo debe merecerlo 😉

En BYBD cultivamos la fortaleza del carácter.

En definitiva, no conviene que el niño aprenda a buscar excusas porque no aceptar responsabilidades, o culpabilizar a otros de nuestros males, merma nuestro desarrollo. Por el contrario, reconocer las debilidades propias es el primer paso para mejorar. La clave está en que el niño aprenda a identificar sus errores, no para resignarse sino para trabajar y con mentalidad de mejorar.