Desde niños se nos prepara para desempeñar actividades que nos permitan vivir dignamente. Para ello se pone nuestra formación académica en manos de profesores y la laboral se confía a expertos.

Siguiendo ese esquema, y esto es más reciente, para mejorar el estado físico trabajamos con entrenadores; e incluso para progresar en cualquier hobby contamos con ayuda de profesionales. Es decir, socialmente hemos normalizado la formación intelectual y la física pero no vamos más allá.

Hemos normalizado la formación intelectual y la física pero no vamos más allá.

En contraposición con lo anterior, todos tenemos una dimensión emocional cuyo desarrollo se improvisa. Con independencia de lo inteligentes, exitosos o saludables que seamos, las emociones repercuten en todas las facetas de nuestra vida. Hay emociones que impulsan y otras que incapacitan, que mejoran o dificultan la convivencia, que aportan felicidad o nos la quitan…; sin embrago, todavía son pocas las personas forman su plano emocional de forma proactiva y con ayuda de profesionales porque esta formación es novedosa y, aunque está en crecimiento, todavía no se ha popularizado.

Todos tenemos una dimensión emocional cuyo desarrollo se improvisa.

La manera en que crecemos sin trabajar adecuadamente el equilibrio emocional es simple. Desde pequeños vamos adquiriendo creencias, actitudes o hábitos, íntimamente ligados a nuestras emociones, que van moldeando nuestra personalidad. Algunos nos ayudan, otros no. Con los años potenciamos el pensamiento racional, nos introducimos en la vorágine del mundo competitivo y nos dejamos llevar.

Sin embargo, no reparar en nuestra dimensión emocional tiene consecuencias. No nos habituamos a mirarnos por dentro, para entender qué nos hace felices. No entendemos cómo funciona nuestra mente. No aprendemos a confiar en nosotros; ni a potenciar nuestras habilidades innatas; ni a afrontar la adversidad, la incertidumbre, la presión o la frustración. Lo peor es que no aprendemos a planificar el desarrollo de nuestra vida y, por lo tanto, difícilmente podremos alcanzar nuestros objetivos. De ahí que muchas personas experimenten una sensación de que “les falta algo” más allá de sus conocimientos y su salud física.

No reparar en nuestra dimensión emocional tiene consecuencias.

El actual sistema educativo reglado carece de disciplinas académicas que se ocupen de formar la dimensión emocional. Sin ello no se logra un desarrollo integral de la persona. Éste es un mal endémico, transmitido de generación en generación, que dificulta el conocimiento y popularización de esta formación complementaria.

En este momento, para solucionarlo bastaría con asesorarse y acceder a una adecuada formación en desarrollo personal, que abarca distintas disciplinas como: el coaching, la programación neurolingüística, la inteligencia emocional o el mindfulness, entre otras. En esto, como en todo, es mejor cuanto antes se empiece pero también es cierto que nunca es tarde para hacerlo.

Para solucionarlo bastaría con asesorarse y acceder a una adecuada formación en desarrollo personal.

Este tipo de formación antes no existía, ahora sí. Conformarse con menos, desconfiar o convencerse de que nosotros o nuestros hijos no la necesitamos es cómodo, pero también es un error que nos limita y nos deja en inferioridad de condiciones con respecto a quienes están optando por desarrollar todas sus capacidades, racionales, físicas y emocionales, al máximo desde edades tempranas.

Este tipo de formación antes no existía, ahora sí.